[Apuntes y aportaciones sobre la conferencia de Rudolf Rocker en el congreso de los obreros de la industria del armamento en Erfurt en marzo de 1919]
Rudolf Rocker es un escritor y militante anarquista y anarcosindicalista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Su obra, por tanto, hay que contextualizarla con la sociedad de la época. Aunque hay que tener en cuenta que no es algo tan lejano: estamos hablando del periodo de «entreguerras», es decir, entre la I y la II Guerra Mundial; solamente hace un siglo. Aun así, su texto sigue teniendo vigencia dado que, aunque la sociedad occidental está evolucionando, y con ella la economía de mercado capitalista, la lucha de clases sigue estando vigente. Muchos teóricos anarquistas, a pesar del tiempo, siguen acertando en diversas críticas y afirmaciones, como que la mayor parte de la riqueza será acumulada por unos pocos capitalistas. Esta afirmación se está denunciando por parte de diversos movimientos sociales en este periodo de paz relativa que está viviendo Europa después de la trágica II Guerra Mundial hasta el siglo XXI actual. Además, otras críticas como la que hace Rudolf Rocker al parlamentarismo, siguen siendo hoy en día totalmente válidas.
Rudolf Rocker nos habla de que, al contrario que en Alemania, el germen del movimiento obrero de Francia anterior a la Revolución de 1848 llegó a la conclusión de que se producía una gran cantidad de cosas nocivas para la gran masa de consumidores, sublevándose ante el hecho de ser los mismos trabajadores parte del engaño a sus compañeros, imponiendo el derecho de veto de los obreros en las fábricas para determinar la utilidad de la producción. En esta época se perfilaban a través de diversos debates cuáles eran las mejores estrategias y herramientas para los trabajadores para combatir el capitalismo, siendo el derecho a veto una de las señaladas por Rocker.
Da vital importancia a los sucesos acontecidos en la primera organización internacionalista obrera mundial: la Asociación Internacional de los Trabajadores. En el seno de la misma, se produjo un tenso debate entre los que apoyaban la vía parlamentaria y los que apoyaban la organización horizontal y la toma de los medios de producción, siendo esta última vía apoyada sobre todo en diversos países mediterráneos. Según denuncia Rocker en la ponencia, tristemente este debate nunca se dio en el movimiento obrero alemán, estando este ligado al sector parlamentarista y sufriendo las consecuencias. Aun así, señala ponencias anteriores a la disolución de la Primera Internacional como la emanada del III Congreso de Bruselas de 1868, que declara que los intereses del proletariado están en contradicción con los de la burguesía, o la del IV Congreso de Basilea de 1869, que declara que las organizaciones sindicales son los gérmenes de la futura sociedad socialista, teniendo como misión principal la socialización de los medios de producción, y el deber de agrupar al proletariado de clase y dar un carácter social a las contiendas económicas.
Contextualizando con la historia del movimiento obrero de principios del siglo XX, Rocker critica al movimiento obrero alemán, el cual se encontraba en el ostracismo, centrado prácticamente en hacer reformas economicistas, sin ningún tipo de trabajo social y controlado por el Partido Socialdemócrata Alemán. Este, títere de la burguesía, apoya la participación, como representante erigido en el parlamento de la mayor parte del movimiento obrero alemán, en la invasión de Bélgica (Deutschland über alles) y el inicio de lo que es conocido como la Gran Guerra Europea o I Guerra Mundial, siendo así porque prefiere apoyar los intereses nacionalistas y de la burguesía alemana antes que los intereses de la clase obrera. Esto dejó en una situación funesta a Alemania, que reprimió brutalmente al movimiento obrero en situación de miseria y que abrió paso, junto con otras causas, al preludio del alzamiento nazi.
Con las resoluciones anteriormente descritas, junto con el funcionamiento del movimiento obrero francés anterior a la revolución de 1848 o el monopolio armamentístico que denuncia en su ponencia, le lleva a promover la resolución del congreso: «ni un hombre, ni un arma para el Estado». Así, denuncia cómo a través de la producción armamentística realizada con el sudor de los trabajadores se reprimen movimientos obreros revolucionarios y se acaba con ellos, para que los obreros de la industria armamentística rechazaran la producción de material de guerra y para que los talleres en los que se producía este material se convirtiesen en talleres para el trabajo de la paz.
Rocker también nos habla de la huelga (aunque no la propone directamente en la ponencia). En un debate posterior recogido en el texto, defiende la utilidad de esta herramienta. Así, separa el contenido político de la huelga de la política parlamentarista. Añade que la huelga general es capaz de realizar transformaciones políticas mediante la lucha, siempre y cuando, rechazando el vanguardismo, nazca de la necesidad de las masas, la solidaridad, la responsabilidad y el carácter unitario. Si no, esta potente herramienta de los trabajadores deja de resultar efectiva.
Rudolf Rocker realizó un buen análisis material de las singularidades de la clase obrera tanto de Alemania como de otros lugares de Europa gracias en parte a sus viajes, y en parte a tener que estar exiliado. Pero ya no estamos en aquella época de principios del siglo XX, sino que nos encontramos con una clase obrera muy distinta a la de aquella época. No es nuestra intención ponernos a analizar en este texto la evolución de la clase obrera en la Europa actual. Pero sí queremos señalar ciertos factores que han llevado a la desmovilización y la pérdida de conciencia de la clase obrera europea actual, señalando las que coinciden con las denunciadas por Rudolf Rocker. Como, por ejemplo, la desmovilización por el sindicalismo pactista y economicista, la socialdemocracia y el parlamentarismo. A día de hoy en España se mantiene la paz social en los puestos de trabajo mientras que los «partidos obreros» legislan en contra de los intereses de los trabajadores.
Al igual que lo descrito por Rocker, actualmente en España tanto los sindicatos como la socialdemocracia han apoyado guerras como las de Siria o Libia, y legislan beneficiando al poder económico frente a los intereses de los trabajadores. Políticas como la de fomentar la eventualidad y la precariedad laboral, mantener una alta tasa de paro, o la fragmentación de la clase obrera en distintas subclases. Mientras, el sindicalismo juega su papel al servicio del poder político y económico, defendiendo la paz social, firmando despidos colectivos y desmovilizando a los trabajadores. Porque, en efecto, no representan los intereses de una clase obrera fragmentada y derrotada, que ha perdido la identidad en una sociedad donde el significado de la palabra solidaridad en el discurso imperante ha sido reducida a suscribirse a la revista de una ONG.
Otro factor esgrimido por Rocker es el nacionalismo, apoyándose en el racismo, otra gran lacra que va ligada a la perspectiva ideológica europeísta y con la que se nos bombardea constantemente a través de los medios de comunicación y por los distintos gobiernos europeos. Tal ha sido la propaganda y las políticas de enfrentamiento que, mezclado con el avance de la globalización y el desmantelamiento del «Estado del bienestar», se ha consumado el hecho de que se ha fortalecido la extrema derecha, ocupando el lugar que solía corresponder a la socialdemocracia electoralmente.
Parte de este problema radica en la construcción de la Unión Europea desde las altas cúpulas del capitalismo financiero, que busca la globalización desde los intereses económicos del poder económico. Una organización internacional fundada en el lodo y las ruinas de la II Guerra Mundial que no sabe cómo enfrentarse a las miserias que ella misma genera, como el avance del fascismo, las crisis económicas producto de la especulación financiera que han dejado grandes tasas de paro en muchos países europeos, o la crisis migratoria debida a su apoyo a las guerras imperialistas o a las multinacionales que expolian las riquezas de los países del mal llamado «Tercer Mundo» y los empobrecen. Estas crisis han elevado el nacionalismo y el conservadurismo frente a los supuestos principios humanistas que forman parte de esta unión política y económica.
Y como siempre, quienes cargan con la culpa y sufren la violencia económica e institucional siguen siendo los pobres que huyen de las guerras, las pobrezas y las desgracias. Ya sea un sirio que llega como refugiado huyendo de la muerte y la miseria de la guerra, un español anquilosado en el “precariado” que va a Inglaterra a limpiar platos en un restaurante o un filipino que viene a España a abrillantar los zapatos de cualquier empresario, noble o alto funcionario. Todos huyen de la miseria a la que han sido condenados por el poder económico y político
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