El verano ya casi ha pasado al olvido y la vuelta a la nueva normalidad ha supuesto una hostia más grande de lo normal. Todos aquellos que clamaban por un verano de turismo nacional y de reactivación económica ahora se echan las manos a la cabeza con la situación de nueva expansión del COVID-19.
Nos echarán en cara nuestra falta de responsabilidad individual, nuestras costumbres ligeras y el hacinamiento familiar con el que vivimos, pero poco dirán de metros abarrotados, de puestos de trabajo sin distancia de seguridad o con epis deficientes, de cómo abonas el alquiler si el SEPE te paga cuatro meses tarde o de las dificultades de teletrabajar con tu hijo confinado en casa por el enésimo cierre de aulas.
Escribo estas líneas tras dos semanas de nuevo confinamiento aquí en Puente de Vallecas. Dos semanas desde que nos dijeron que nos quedáramos en casa, que no saliéramos al parque, pero eso sí, que fuéramos a trabajar. Que cogiéramos el transporte público sin problema, pero con distancia de seguridad. Qué cachondos. Que podíamos (o más bien debíamos) ir al trabajo, al médico, si es que te dan cita en el centro de salud, al juzgado o a un velatorio, pero que nos abstuviéramos de hacer vida más allá de estas obligaciones. Dos semanas de confinamientos por áreas de salud, lo que en mi caso implica que no debería ir siquiera a la tienda de la esquina, que se sale de mi zona.
Mientras Madrid acapara casi la mitad de los nuevos casos de COVID del país y sus hospitales se empiezan a colapsar, el gobierno de la región cree que lo más sensato es cerrar, a medias, parte de los barrios más azotados por la enfermedad.
Mientras Madrid acapara casi la mitad de los nuevos casos de COVID del país y sus hospitales se empiezan a colapsar, el gobierno de la región cree que lo más sensato es cerrar, a medias, parte de los barrios más azotados por la enfermedad. Mientras se suceden declaraciones ridículas y estrambóticas de Ayuso en las que culpa de la extensión del virus a las costumbres de los inmigrantes o asocia virus, necesidades básicas, delincuencia y menas, parece que al menos una cosa queda clara, que el contexto económico y social de los barrios más desfavorecidos de la Comunidad tiene relación con la extensión del virus. Eso que nos decían al principio de que el COVID afectaba a todos por igual no es real. El virus se contagia sin distinciones, pero las probabilidades de cogerlo van por barrios. La clase determina más de lo que nos quieren hacer ver. Vivimos en barrios con alta densidad poblacional, con mucha movilidad en los medios de transporte públicos, donde las posibilidades de teletrabajo son menores que en otros lugares, con unos servicios públicos degradados y saturados, con importantes tasas de paro y de trabajo sin declarar, y así un largo etcétera. Todo ello condiciona nuestras costumbres, las de los pobres, y por tanto, nuestra forma de vida.
Hasta ahí parece que estamos de acuerdo con Ayuso, pero es a la hora de ofrecer soluciones a esta situación cuando surgen las enormes divergencias. Tras aclarar cual es el problema, la solución de las administraciones pasa por taparlo. Echarle arena encima, para que no se vea. Cerramos esos barrios, que no salgan más que para currar. Y alé, a tirar millas. Que ello perpetua la degradación de los barrios, su estigmatización y encima no soluciona el problema, eso es secundario. Toques de queda para el gueto, y si funciona, pues ya los dejamos para el futuro. Pero pasamos por encima de temas como la falta de opciones de ocio, la precariedad laboral y la pobreza que siguen ampliándose a base de ERTEs, despidos e inacción sindical, o el anticuado y arcaico sistema educativo.
Así están las cosas a falta de que gobierno central y autonómico acaben de dirimir sus discrepancias y veamos si las medidas se extienden a todo Madrid o seguimos como hasta ahora. La segunda ola de COVID les ha pillado a todos con los deberes sin hacer, con poca planificación y menos aprendizaje de los errores pasados. Y mientras la situación se va de madre y nadie quiere quedar como el responsable de medidas restrictivas, unos y otros desvían la atención tirándose los trastos a la cabeza.
Responsabilidad individual, esa es la palabra clave. Está en boca de todos. Mientras que por acción u omisión poco se ha hecho desde las administraciones por gestionar de forma más eficaz una segunda ola del virus que todos sabían que llegaría, resulta que todo lo fiamos a la responsabilidad individual. Es el individuo aislado sobre el que cae la culpa, el que desbarra en sus momentos de ocio y el que debe hacer el esfuerzo por cuidar y cuidarse. Queremos individuos responsables, pero perpetuamos una sociedad que nos trata como seres estúpidos y sin capacidad para gestionar nuestras vidas. Se nos niega diariamente nuestra capacidad para tomar decisiones en torno a nuestro trabajo, a la vida y necesidades de nuestros barrios o nuestras inquietudes educacionales. Somos pastoreados por expertos, jefes o administraciones, parece que nuestro único nicho de responsabilidad es votar cada cuatro años y poner una reclamación de cuando en cuando en la OCU. Hasta ahí llega nuestra libertad, individual y colectiva. Pero luego, pidámosle peras al olmo.
Mientras el confinamiento sigue extendiéndose a otras zonas sanitarias, eso sí, siempre de pobres, los ánimos en los barrios cerrados andan algo revueltos. Demasiada arbitrariedad y demasiados insultos. Este malestar se manifiesta de muchas formas, ya sea en simples actos de sabotaje cotidiano a las medidas de confinamiento, pasando al barrio de al lado a que los niños jueguen en el parque o compartiendo por las redes donde están los controles policiales para salir del barrio; o en manifestaciones y concentraciones ante las puertas de unos desbordados centros de salud. Pero si bien estas manifestaciones arrojan un poco de aire sobre la parálisis de luchas actuales, también ponen sobre la mesa una cuestión innegable, que los problemas y las necesidades de la clase trabajadora quedan en gran medida supeditadas a las trifulcas parlamentarias.
Pues Madrid, o más concretamente, la situación de los barrios del sur, se ha convertido en campo de batalla abonado para la izquierda institucional. Mientras que casos muy similares, como los confinamientos selectivos de zonas de bajas rentas en Palma de Mallorca, han pasado casi inadvertidos, Madrid ha encendido la llama. Será que el gobierno balear es un gobierno de progreso o será que la estrategia de la izquierda parlamentaria madrileña pasa por tensar al gobierno regional y forzar una moción de censura apoyada por Ciudadanos. La nefasta gestión de la crisis sanitaria del ejecutivo de Ayuso es innegable, pero ello no puede servir para tapar errores propios del gobierno central. Además, como se diría, no se puede estar en misa y repicando, y las hostias recibidas en Vallecas las dio la policía nacional que manda el secretario general del PSOE en Madrid, que a la vez es delegado del gobierno. Más allá del y tu más, nuestras condiciones de vida como pobres y trabajadores están y van a estar en entredicho en los próximos meses. Una nueva crisis económica degenerará en un nuevo intento de superarla a través de apretarnos un poco más las tuercas, de subvertir las posibles bajadas en las ganancias empresariales con una mayor presión sobre el trabajo. Y para evitarlo, nos tocará pelearlo, pelearlo en nuestros trabajos y en nuestros barrios, y hacerlo contra quien sea, contra gobiernos de progreso o de retroceso.
Artículo de "Todo por hacer". Octubre 2020
Imágenes extraídas de Vallekas se Defiende
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