Ferrer y Guardia y la Escuela Moderna
Una constante a lo largo de la historia del movimiento libertario ha sido el interés que ha despertado la difusión cultural en general, y el hecho educativo en particular. Este interés por la enseñanza ha propiciado dentro del movimiento libertario interesantes debates sobre las distintas relaciones posibles de lo educativo y la transformación social revolucionaria. Pero además, y probablemente antes que preocupados teóricos, los militantes anarquistas han sido incansables activistas que han puesto en marcha innumerables proyectos educativos con diferentes características pero guiados todos ellos por unos principios comunes, de los que queremos mencionar los siguientes:
- Una educación en libertad y para la paz
- Una educación integral, es decir, que aúne lo manual y físico con lo intelectual y todo ello con lo emocional.
- Una educación individual, donde lo específico de cada ser no vaya contra lo colectivo.
- Una educación encaminada hacia la formación de principios morales y solidarios.
- Una educación no circunscrita a la infancia, ni a la institución escolar, etc.
De los muchos compañeros que admirablemente se han lanzado a la lucha contra la incultura impuesta a las clases trabajadoras desde hace siglos por la Iglesia y el Estado, debemos detenernos en un militante catalán, Francisco Ferrer y Guardia (Alella 1859- Barcelona 1909), que destaca por la creación de un proyecto que ejerció una gran influencia en las líneas de actuación de los militantes anarcosindicalistas en el campo educativo hasta 30 años después de su muerte.
La Escuela Moderna, el proyecto educativo ideado por Ferrer y Guardia que nace en Barcelona en septiembre de 1901, comienza su andadura en una España que a principios de siglo (hacia 1910) contaba con un índice de analfabetismo que estaba cerca del 59 % y que tenía a la Iglesia Católica como principal protagonista de la actividad docente desarrollada en territorio estatal. Así no podemos sorprendernos de que las escuelas de la época se caracterizaran por la brutalidad de la represión física y el peso del elemento doctrinal católico. Frente a este panorama, la Escuela Moderna adopta muchos de los principios pedagógicos más avanzados de la época a los que añade los fundamentos del anarquismo y del librepensamiento.
Ferrer, a través de la obra editada por Anselmo Lorenzo, La Escuela Moderna, póstuma explicación y alcance de la enseñanza racionalista nos ha legado algunas reflexiones sobre esos fundamentos que sostuvieron o pretendieron sostener la actividad de este proyecto y que hemos resumido del siguiente modo:
Enseñanza mixta.
En la abrumadora mayoría de las escuelas de la época se separaba a los alumnos según su sexo. Esto era el reflejo del fanatismo religioso y su patriarcado radical que marcaba unos determinados roles de género: la mujer se debía al hombre, siendo ésta sostenedora del papel de reproductura y pilar de las esferas privadas de la vida familiar. Ferrer apuesta por la coeducación de sexos como instrumento de combatir la absurda desigualdad entre mujeres y hombres.
Importancia del higiene.
Dicen los documentos de la época que la suciedad en las escuelas, y no sólo en las escuelas, era tal que los niños iban allí a coger enfermedades. Por ello, el movimiento higienista del que la Escuela Moderna participa en cierto modo se preocupa de combatir la superstición de la suciedad y la mierda secularmente alimentada por la Iglesia gracias a su mensaje de despreocupación por lo físico y terreno frente al alma y lo ultraterreno.
Enseñanza integral.
Valor del juego en el proceso de aprendizaje.
Frente a los modelos de enseñanza donde se impone un cruel aburrimiento y se reprime cualquier método lúdico de aprendizaje Ferrer señala la importancia del juego como forma de libre desarrollo.
Enseñanza racionalista.
Frente al asfixiante dominio que ejercía la Iglesia católica sobre la vida cotidiana del pueblo con su moral y su visión del mundo, Ferrer cree que la Ciencia será la base sobre la que se construirá el nuevo hombre libre. En Ferrer, la admiración por la filosofía positivista, no es nada más que la asunción del modelo filosófico que él considera más avanzado en su época y que va a impregnar muchas de las reflexiones y prácticas de la pedagogía ferreriana.
La coeducación de clases sociales.
Éste ha sido uno de los aspectos más criticados por muchos seguidores de Ferrer y por otros militantes anarquistas de la época. Los críticos con la educación de distintas clases sociales en un mismo proyecto educativo razonan que la enseñanza de raíz libertaria debe ser una enseñanza al servicio de la clase obrera, pero en las páginas en las que Ferrer explica sus ideas sobre este asunto parece vislumbrarse la intención de que exista total coherencia entre medios y fines, aspecto ético fundamental del anarquismo. El pedagogo catalán construye una escuela en cuyas entrañas no hay clases sociales como debiera ser la escuela y la sociedad futura. Si bien algunos críticos e intérpretes de la Escuela Moderna muestran algunas contradicciones de la practica de la coeducación de clases en esta escuela barcelonesa.
Rechazo de premios y castigos.
El sinsentido de los castigos y su abuso de gran valor anti-educativo y la utilización de premios que promueven entre otros valores la vanidad o la frustración son rechazados.
No podemos ser exhaustivos ya que no queremos alargarnos. Por eso, sólo recordaremos brevemente otros importantes aspectos como el carácter antiestatista de la Escuela Moderna o el desbordamiento de su actividad educativa que también se concretaba en un boletín y lo que fue el germen de una universidad popular; no podemos olvidar tampoco el interés por las metodologías prácticas y la iniciativa del niño que le dio a éste un mayor protagonismo en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
El éxito de la Escuela Moderna fue considerable. Comenzó el curso de 1901 con 30 alumnas y alumnos y en 1908 hay diez escuelas modernas sólo en la ciudad de Barcelona que cuentan con un número aproximado de 1.000 alumnas/os.
El asesinato legal cometido por el Estado español en 1909 terminó con Ferrer pero no consiguió, ni mucho menos, detener el impulso que ya había tomado el modelo pedagógico racionalista que durante 30 años tuvo una gran importancia para la historia educativa de la clase obrera en España y en especial para el influyente movimiento anarcosindicalista. Dicho impulso saltó las fronteras establecidas y además de extenderse por Cataluña, Valencia, Andalucía, Madrid, etc. también llegó a Suiza, Bélgica, Portugal, Argentina, Estados Unidos y Brasil, entre otros lugares.
El interés que ha despertado la obra de Ferrer, se puede comprobar a través de la extensa bibliografía que ha generado su tarea con seguidores y detractores poco rigurosos y algunos estudios bastante interesantes que además de reconstruir las bases de la teoría y práctica del pedagogo catalán lo han analizado con resultados desiguales. De verdadero interés son las aportaciones de Cappelletti (1) (desde una óptica libertaria), Cambrá Bassols (2) (marxista) o las más fáciles de encontrar en librerías de Peré Solá (3).
Pasados 100 años desde que Ferrer fue fusilado, se hace necesario no abandonar al olvido a aquellos que lucharon con honestidad libertaria por un mundo nuevo, ahora que después de tanto tiempo parece que todavía tiene sentido aquello que dijo el de Alella:
"Educar equivale actualmente a domar, adiestrar, domesticar..."
Porque hoy, como hace un siglo, sigue siendo necesaria una sociedad decente donde quepa un lugar donde conocer, aprender y cooperar, por esto, es necesario recordarlos y aprender de sus errores y aciertos para seguir camino hacia la anarquía.
1. Cappelletti, Ángel J., Francisco Ferrer y la pedagogía libertaria, Madrid: La Piqueta, 1980.
2. Cambra Bassols, Jordi de, Anarquismo y positivismo: el caso Ferrer, Madrid: C.I.S., 1981.
3. Solá, Pere, «Francisco Ferrer y Guardia. La Escuela Moderna entre las propuestas de la educación Anarquista», en J. Trilla, El legado pedagógico del siglo XX para la escuela del siglo XXI, Barcelona: Graó, 2001.
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